Es ley de vida que nuestras vidas cambien, nuestras circunstancias, nuestros problemas y preocupaciones.
Mi vida, con el paso de los años, ha sufrido cambios y giros
inesperados que hacen que ésta cambie. Uno de los grandes cambios fue hace
siete años cuando deje todo, mi vida, mis amigos, mi familia, y la ciudad que
me vio nacer y crecer, Melilla.
Ha habido momentos en los que pensé que no podría
soportarlo, en los que creí que sin mi familia y amigos no podría vivir, pero
la vida te demuestra varias cosas, la primera que te adaptas y aunque se cambie
de ciudad, en estos siete años tres veces, puedes empezar de nuevo. La segunda
que aprendes a conocer gente que te enseña experiencias nuevas, maduras, y ves
que hay personas maravillosas en muchas partes de España. Y la tercera, que tu
familia y los verdaderos amigos, esos que dejé en mi Melilla natal, están y
estarán ahí siempre, y esas son las cosas que nunca cambian, las que
reconfortan y te dan un subidón de adrenalina que te dura al menos un mes.
En estos días en los que una de mis mejores amigas, uno
de esos vértices que formamos mis dos
niñas y yo, ha venido a verme y pasar unos días conmigo en mi casa, me he dado
cuenta de que a pesar del tiempo y de llevar casi dos años sin vernos nuestra
amistad no ha cambiado ni un ápice. Estos días he estado como en una nube con
la sonrisa puesta desde que me levantaba por las mañanas, esas sensaciones no
se cambian por nada.
Con la familia se es feliz, se cargan pilas y los amas con
todo el alma, pero los amigos son los que elegimos son esas personas que nos
quieren porque nos lo hemos ganado, por cómo somos, no porque lo lleven en el
ADN.
En uno de los primeros post que escribí hablé de mis amigas,
ellas son como las hermanas que nunca tuve. Soy de las que piensan que tres son
multitud, que cuando hay más de dos las cosas se enrarecen y parece que no se
puede llegar a una misma opinión pero en este caso la mejor opción es el
triángulo. Ese en el que existen tres vértices, tres lados en los que apoyarse
para que el tándem no se tambalee. Porque, aunque yo soy la mayor, entre las
tres tenemos lo que les faltan a las otras. “J” es la sensible, la que necesita
el apoyo y sentirse comprendida. La que es cabezona como ella sola pero a la
que es imposible no querer. Es de mente abierta y siempre acaba entendiéndote
aunque si tiene un problema o le pasa algo le cuesta contarlo pero tampoco hace
falta que lo haga porque su cara lo dice todo. “S” es la responsable, la
tradicional pero la que al final comprende y aunque ella nunca vaya a actuar
como tú te respeta y estará contigo a muerte. Ella necesita su tiempo para contarte
que tiene un problema o algo le preocupa, aunque es de las que los afronta con
valentía. ¿Y yo? Pues no sé, quizá las más indicadas sean ellas para
describirme a mí. Siempre he creído que soy la mezcla de las dos, la que da
equilibrio, aunque quizá me equivoque y sea la que desequilibre todo y le dé un
poco de locura al tema.
Hasta aquí mi post de hoy dedicado a las amistades que nunca
cambian, a las hermanas que no comparten tu ADN pero que no les hace falta.
Que decir amiga eres muy grande , hemos pasado unos días estupendos y estaba con muchas ganas de verte , ha sido corto pero te prometo que nos veremos mas a menudo, ha sido genial poder disfrutar de ti, amigas hasta la muerte jejje
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